miércoles, 23 de enero de 2008

MILCIADES II EL MARATONÓMACO

OBRA Y MILAGROS DE MI VIDA… por Milciades II el Maratonómaco



Fui hijo de Cimón I el Viejo y mi hermano se llamaba Esteságoras II. Provengo de la familia de los Filaidas. Tuve un hijo de nombre Metíoco, fuera de mi matrimonio con Hegesípila, fue con ella con quien tuve a mi segundo hijo, Cimón II.
Me nombraron tirano del Quersoneso tracio, donde me enviaron Hipias e Hiparlo los hijos de Pisístrato, a bordo de un trirreme, en el 516 , para que me hiciese cargo de la situación allí, pues había fallecido mi hermano Esteságoras, que era el sucesor de mi tío Milcíades I ( el hermanastro de mi padre Cimón I).
El segundo motivo por el que me enviaron allí, era para asegurar el control de Atenas sobre los estrechos de la región (Helesponto) y que el suministro de trigo del Ponto pudiese llegar a la cuidad sin problemas: una mera labor logística.
Tras mi llegada, y bajo el pretexto de tener que guardar luto a mi difunto hermano, me recluí en mi residencia. Allí acudieron los principales personajes del Quersoneso a darme el pésame.
Conseguí controlar el Quersoneso porque contraté a 500 mercenarios tracios, lo que me facilitó poder erigirme como tirano ya que contaba con el apoyo tracio al haberme casado con una princesa tracia de nombre Hegesípila I. Con la ayuda de Cleómenes I, el rey de Lacedemonia, los atenienses expulsamos a Hipias que era un tirano de Atenas. Hipias acabó huyendo a Sardes, a la corte del sátrapa más cercano, Artafernes, quien le prometió el control de Atenas si lograba restaurarlo en el poder. Cuando le exigimos a los aqueménidas que nos entregaran a Hipias para ser enjuiciado, nuestros adversarios se negaron, lo que provocó que, en vísperas de la revuelta jónica enviáramos 20 naves en ayuda de nuestros aliados los jónicos. Otra ciudad vecina, Eretria también envió ayuda, aunque no sirvió de mucho ya que la rebelión fue subyugada.
Anexioné a mis dominios las islas de Lemnos e Imbros. Ante el avance del Gran Rey aqueménida Darío y ante la amenaza de ser atacados, los escitas se dirigieron al Quersoneso e intentaron convencer a los jonios, a quien Dario había encargado la custodia del puente, que durante 60 días habían tendido sobre el río Istro. Propuse a los guardianes del puente que no dejasen escapar la ocasión de liberar a todos los pueblos aliados del Ática, ya que si vencíamos al enemigo, los habitantes de Oriente de origen heleno se sublevarían contra los aquenemidas. Obtuve la negativa de la mayoría de los tiranos de las ciudades jonias, mientras me llegaban noticias sobre la colaboración de los fenicios con nuestro adversario en Ténedos. Es así que zarpé hacia la ciudad de Cardia con 5 trirremes y con mis riquezas, rumbo a Atenas. Mientras costeaba el litoral norte del Quersoneso con intención de cruzar el golfo de Melas, los fenicios se lanzaron al abordaje de mis naves, capturándonos un trirreme a cuyo mando estaba Metíoco, mi hijo mayor, a quien el rey Darío, en lugar de deshonrarlo, le concedería todo tipo de bienes, una esposa, etc. El rey Darío, tras el fracaso de la invasión escita, nombró general a Datis y Artafernes, para que atacasen Escita y Atenas y todo porque los atenienses habían colaborado en la toma de Sardes. Ambos dos, atracaron su flota en Eubea y conquistaron Eretria, deportando a los habitantes al territorio asiático del imperio enemigo.
Regresé al Quersoneso. El trago más duro fue cuando mis enemigos políticos me hicieron comparecer ante un tribunal pues me acusaban de tiranía en el Quersoneso. Fútil pretexto, dado que mi presencia allí había sido muy positiva para Atenas pues aseguraba el aprovisionamiento de cereales desde el Mar Negro. A mi criterio las verdaderas razones debieron ser, posiblemente mis opositores Temístocles y Arístides, frente a las demás facciones atenienses. Darío, deseaba aprovecharse de esta situación para quedarse con nuestras tierras, aislar a Lacedemonia y conquistar al resto de nuestros vecinos del Egeo para consolidar su poder sobre Jonia. Para conseguirlo Darío pensaba hacer dos cosas: sacar a su ejército y derrotarnos en campo abierto por un lado, y por otro originar tal rebelión en nuestra ciudad para que nos rindiéramos ante ellos. Así que para llevarlo a cabo, mandó fuerzas navales bajo la dirección de Artafernes, que fue el que trató con Hipias; por otro lado también envió a un tal Datis que era como un medio-almirante de Mardonio para que tomara por sorpresa nuestra polis.
Pero el proceso contra mí no prosperó y quedé libre de cargos, (prueba de la inmensa popularidad que tenía en Atenas y el declive de la influencia política de mis adversarios) así que fui elegido estratego.
Tras ello volví a Atenas. Mientras tanto los aqueménidas habían desembarcado en una bahía en la Tetrápolis, la zona nororiental del Ática, a unos 40 Km. de al noroeste de Atenas. La bahía estaba protegida al norte de las peligrosas corrientes del estrecho de Eubea por el promontorio de Cinosura («la cola del perro»).
A dicha bahía daba una llanura de unos 50 Km. de largo por 5 de ancho, que se extendía desde las estribaciones orientales del Pentélico. El terreno no era muy propicio para una batalla en la que se emplearan grandes efectivos, pues la llanura estaba dividida transversalmente por el torrente Caradro y en ambos extremos había zonas pantanosas, siendo la situada al norte impracticable. Pero el enemigo desembarco allí, aconsejado por Hipias que pensaba repetir el éxito de su padre Pisístrato.
Esto alarmó a Darío, que deseaba castigarnos y envió un ejército bajo el mando de su yerno, Mardonio, a nuestras tierras. Así que más tarde, empezó con la conquista de Macedonia y obligó a Alejandro I a abandonar su reino, mientras que en el camino al sur, hacia las poleis de la Helade, la flota aqueménida fue arruinada en una tormenta en el cabo Athos, perdiendo 300 naves y 20.000 hombres. A Mardonio lo forzamos a retirarse a hacia tierras orientales (Asia). Además los ataques de los tracios infligieron pérdidas mientras los aqueménidas se retiraban. Creyeron que nos iban a ganar por lo que quisieron asegurar una posición mejor en el nuevo régimen político, es decir, proseguir con la conquista de nuestros territorios.
Conociendo el desembarco del ejército aqueménida en las llanuras de Maratón nos dirigimos a marchas forzadas a ese lugar para presentar batalla e impedir el avance del ejército invasor. Nuestra convicción era nuestra mejor arma, no podíamos permitir que el Gran rey acabara con nuestras libertades. Nuestro ejército estaba dirigido por diez estrategos y yo tuve el honor de ser nombrado el principal entre ellos. Antes de partir habíamos decidido mandar a Fidípides a Esparta como heraldo para solicitar ayuda a los lacedemonios y éstos accedieron pero no en ese momento por temor a incumplir la ley, ya que se encontraban en el noveno día de la primera década del mes y no saldrían antes de que se consumara el ciclo. Ante esta situación los estrategos nos reunimos para decidir qué hacer. Mi opinión era atacar pero muchos de mis compañeros consideraban que nuestras tropas eran pocas y no debíamos partir al encuentro del enemigo. Dispuestas así las cosas decidí dirigirme a Calímaco de Afidna, el Polemarco, y le planteé la situación explicándole que si esperábamos estallaría una revolución de la que se beneficiaría el partido de los medos, que es lo que espera Hipias. Sin embargo si atacamos y confiamos en la imparcialidad de los dioses venceremos y pararemos la amenaza logrando la libertad y grandeza de nuestra Patria. De él dependía alcanzar la gloria colectiva e individual y que se le recordara como un gran hombre,salvador de la poleis más importante del mundo libre. De lo contrario nos esperaba la esclavitud. Los dioses iluminaron a Calímaco y partimos a la batalla. Los estrategos me cedieron el mando conforme les llegaba su turno, lo que agradecí tomándolo como un gran honor, pero no dejé que se llegara a la batalla antes que me llegara a mí el mando legítimo.
Durante cinco días, los ejércitos nos enfrentamos en forma pacífica, esperando progresos, y con mi ejército estrechando paulatinamente la distancia entre los dos campos. Los fuimos arrinconando hacia los árboles que cubrían nuestros lados para impedir el movimiento de la caballería. El tiempo corría a nuestro favor; y por ello probablemente nuestro enemigo decidió moverse primero. En el sexto día, cuando Milcíades era el general del prytanevon, los aqueménidas decidieron atacarnos. Nuestra ventaja era que ya habíamos visto pelear a la caballería aqueménida durante la revuelta jónica, por lo que lo fundamental era evitar por todos los medios que usasen sus caballos.
Por ello, me nombraron general del prytanevon y elegí el día en que mi tribu y yo nos conduciríamos a atacar. Yo era el responsable de esa batalla. Aquella mañana madrugamos bastante, fuimos a buscar a dos tribus vecinas para que formaran el centro de nuestra falange, la de Leontis que estaba conducida por Temístocles y la tribu de Antiochis de la cual se encargaba Arístides. Nuestra profundidad era de 4 filas, mientras que el resto de las tribus las colocamos en los lados con 8 filas de hombres.
Nos íbamos aproximando y la distancia que nos separaba era de tan solo 1.500 metros por lo que era fácil que nuestro enemigo escuchara nuestro grito de guerra Ελελευ! Ελελευ!” (Eleleu, Eleleu). Vamos, yo creo que pensaron que el combate nos había hecho enloquecer…
Gracias a la gran preparación, disciplina y adriestramiento de mis hoplitas, alcanzamos la zona de guerra, justo el lugar donde mis arqueros eran completamente eficaces. Tomamos la distancia entera en tan solo 5 minutos, el tiempo jugaba a nuestro favor, mientras que para ellos era demasiado tarde.
El caso era que los ejércitos enemigos, estaban mayoritariamente formados por infantería, y poseían gran cantidad de arqueros bien entrenados, ya que estos soldados eran profesionales y estaban obligados a saber tirar con el arco y la flecha, lo que los hacía capaces de desenvolverse bien en varios tipos de combate, pero su punto débil era que no eran tan expertos en estas disciplinas.
Otro de los soldados que poseían era los Takabara, pero éstos eran mayormente utilizados para propósitos marinos.
La táctica de los aqueménidas consistió en debilitar nuestras líneas y e intentar desorganizarnos para exterminarnos a la retirada con ayuda de su caballería.

Anteriormente durante la revuelta jónica nuestra falange fue diezmada con el ataque de las flechas aqueménidas y aniquilada con la caballería. La verdad que yo, Milcíades tenía experiencia en el ejército enemigo, ya que fui testigo en una campaña en Escitia. El ataque del adversario con arqueros no desorganizó nuestra línea principal, seguimos el patrón normal, acatando las órdenes y en ningún momento rompimos la línea de formación en la etapa inicial, por lo que no tuvimos apenas muertos en este momento de la batalla. Por lo que tomé la decisión consciente de reducir nuestro centro a cuatro filas, cuando lo normal era que dispusiésemos de ocho. En las alas seguí conservando el mismo número.
Lo que intenté con la formación de mis filas era, fortalecer mi ejército y no dejar puntos débiles, es decir, consolidar los extremos de mi formación y así que tuviésemos una fuerza para derrotar los extremos de la formación enemiga, pues al haber menor cantidad se centrase la lucha en un campo cerrado.
El frente de mi ejército contó con 250 hombres, aunque el doble para las tribus del centro, además de 125 hombres, y 1125 para las tribus laterales y los Platenses, es decir, 1625 hombres multiplicado por la densidad de nuestras 10 filas, en total unos 16.000 hombres. Sin embargo el adversario al que nos enfrentábamos disponía de 40 a 50 filas por lo que aproximadamente nos topábamos con unos 44.000 ó 55.000 hombres. Ellos poseían 20 líneas con 2000 hombres por cada una y cada formación contaba con 30 líneas, lo que significaba que me enfrentaba a un ejército de 60.000 hombres.
Hice que mi ejército avanzara por ambos lados y retrasé nuestro centro para formar las alas de ataque porque a pesar que disponíamos de menos tropas, teníamos el espacio suficiente para enfrentarnos al rival. Nuestra línea central, pese a que retrocedió jamás se rompió y las laterales tampoco.
Con esto acortamos nuestra línea, y conseguimos envolver doblemente al enemigo hasta que se vieron obligados a retirarse. Vencidos por el pánico, se retiraron en sus naves, pero no sin nuestro constante hostigamiento.
Conseguimos romper las filas enemigas, pese a la ventaja numérica que el enemigo tenia sobre nosotros. Mi ejército estaba pletórico. Nosotros jugábamos en casa y muchos enemigos cayeron y perecieron en los pantanos de nuestro territorio. Además de las perdidas enemigas en los pantanos, otros muchos cayeron en el campo de batalla, aproximadamente unos 6.400 hombres. A todo esto sumamos la captura de 7 naves enemigas.
En lo que respecta a las bajas de nuestro contingente, puedo contar unos 192 hombres de la cuidad de Atenas y apenas una docena nuestro amigos platenses. Pero esto fue en la fase final de la batalla, el cansancio pasaba factura a mis hombres, y el peso de las armaduras se convertía en algo mucho menos liviano. Entre mis caídos, los dioses los tengan en su gloria, Calímaco, y el general Estesilao.
Cuando la batalla tocó su fin, decidí enviar a mi más veloz soldado, Filípides, para que anunciara en la ciudad nuestra victoria. Recorrió 42.000 metros desde el campo de batalla hasta Atenas, pero lamentablemente tras anunciarlo cayó muerto, abatido por el cansancio.
Tan pronto como el enemigo una vez vencido se lanzó al mar, las dos tribus del centro permanecieron para guardar el campo de batalla, otros regresamos a la ciudad. Sobre la montaña levantamos un escudo cerca del llano de la batalla, en señal de revolución sobre el imperio aqueménida, para que lucharan o para que se retiraran. Brindamos a Artafernes la posibilidad de desembarcar y sin embargo no lo hizo, se retiró. Al día siguiente el ejercito lacedemonios llegaron, cubriendo 220 km en tal solo tres días. Los lacedemonios llegaron a Maratón y se encontraron con que habíamos obtenido una gran victoria frente a los aqueménidas. Esto produjo a los aqueménidas un gran trastorno pues no habían sido derrotados en tierra durante varias décadas, ni siquiera por Samagetas ni por Escitas, cuyas tribus eran nómadas, y de esta manera salía a la luz la debilidad aqueménida.
Muchos de los adeptos del imperio aqueménida se rebelaron siguiendo la derrota de Maratón y el orden no fue instaurado hasta años después
A nuestros muertos les concedimos un honor especial de ser enterrados allí donde yacieron, en vez de en la necrópolis de la ciudad en Kerameikos.
Maratón no fue la batalla decisiva frente a los aqueménidas, pero con ello conseguimos llenarlos de preocupación e intranquilidad ya que era la primera vez que caían frente a nosotros en campo abierto, lo que nos dotó de una fe incalculable en nosotros mismos. Mi estrategia fue buena, no era una cuestión de cantidad, sino de calidad. Además contaba con mi experiencia personal del ejercito aqueménida por lo que sabía de sus debilidades.La batalla ocurrió cuando los lacedemonios finalizaron su festival con lo que no acudieron en nuestra ayuda a tiempo pero gracias a los dioses no nos hizo falta ya que la fuerza de nuestros corazones fue suficiente para logar una gloriosa victoria sobre la tiranía.

No hay comentarios: