miércoles, 23 de enero de 2008

EL YIHAD EN LAS CRUZADAS

EL YIHAD EN LAS CRUZADAS

Hacia el siglo XI el poderoso imperio islámico vivía una profunda crisis política que aceleró el avance cristiano, tanto sobre la zona occidental (Península Ibérica y Sicilia) como sobre la oriental (con la implantación de los reinos francos en la región siro-palestina).

En dichas condiciones, la llegada de los contingentes cristianos y la inmediata conquista de la ciudad de Jerusalén en 1099 son hechos que no pudieron ser respondidos con la efectividad necesaria.


Pero la inhibición a la par que militar fue también ideológica ya que no el califa abbasí de Bagdad ni el fatimí de El Cairo dio el paso de proclamar el yihad contra los infieles cristianos. Existían también visiones contrapuestas y sectores sociales como los ulemas a los que esta situación no satisfacía e intentaron remediarla.

Tras la toma cristiana de Jerusalén y la consiguiente masacre de su población, un grupo de musulmanes abandonó la ciudad y se dirigió a Damasco, llevando consigo el Corán del califa Uzmán. Allí fueron acogidos por Abu Saad al-Harawi quien les confortó diciéndoles que no debían sentir vergüenza por la huída (hiyra) y que por el hecho de llevar a cabo esa obligación religiosa se convertían en muyahidíes, es decir, practicantes de la yihad.

Estas palabras no hacían más que poner el problema de fondo de manifiesto. Pues de la misma manera que el califa de la umma no podía ser legitimado fuera de la doctrina del Islam, tampoco ésta podía cobrar sentido y funcionalidad fuera del califato, o al menos, de un poder político cohesionador y fuerte. Tal vez por ello, al-Harawi se dirigió a Bagdad, donde llegó en agosto de 1099, donde se entrevistó con el califa al-Mustazhir para transmitirle su preocupación por el estado de la umma y animarlo a la proclamación del yihad. Pero el califa abdasí, consciente de la realidad del momento no supo responder a la petición del cadí.

Así pues, las persuasiones a la necesidad de la yihad además de la critica por la falta de celo de los dirigentes de la umma, quedaban restringidas a la clase de los ulemas convertidos en un grupo de oposición político-religiosa al poder abbasí de Bagdad o a cualquier otro poder local de la disgregada dar al-Islam del siglo IX.

Prueba de ello es la figura de un ulema damasquino, Ali ibn Kitab al-Sulamí (1039-1106) quien escribió en el XII un Kitab al-yihad ( El libro del yihad), manuscrito que quedó en la Biblioteca Nacional de Damasco y el cual fue estudiado por Emmanuel Sivan.

La obra de al-Sulamí es un clásico tratado de fiqh , cuyo tratamiento del yihad se articula en tres ejes:

Énfasis en la diferencia entre la religión de los francos y la de los musulmanes.

Protesta por la indiferencia de la umma a proclamar la yihad.

Llamada al yihad.

Pese a su propio tema, este texto es un ejemplo de los tratados clásicos de fiqh, el ulema sirio incluye en él los siguientes puntos:

El damasquino es consciente que la llegada de los francos cristianos es una invasión y no una serie de incursiones por el botín. Es una invasión que continuaba del Occidente al Oriente musulmán (avances de los cristianos en al-Andalus y Sicilia). Esta idea de amenaza global es lo que lleva a percibir y a nombrar la cruzada franca como “yihad contra los musulmanes”


En segundo lugar, el entendimiento del yihad como deber individual (fard ayn) y no como deber colectivo (fard kifaya). A ello se añade el hecho de tratarse de un combate defensivo, la cual cosa lo justificaba plenamente. En este sentido es significativo, como siempre que la umma no responde, tiende a prevalecer entre los teóricos o practicantes del yihad su sentido de obligación individual. Es una argumentación en la que se esconde una evidente crítica al descreimiento del califa (luego, su deslegitimación) y que revela la existencia de un interesante movimiento de protesta dentro del Islam tardomedieval.

Este libro fue leído varias veces en las mezquitas de Damasco, pero no tuvo la influencia real inmediata. Medio siglo más tarde, veremos muestras de la reacción política de la umma.

La reconquista musulmana efectiva fue dirigida por tres políticos y soldados: Imad al-Din Zanki y su hijo Nur (turcos) y Salah-Din, más conocido como Saladino (kurdo). El primero, gobernador de Mosul y Alepo en 1144, iniciaría un movimiento de propaganda ideológica y acciones bélicas destinadas a la reconquista de Jerusalén. Dicha labor, la continuaría su hijo Nur al-Din (1146-1174) y sería continuada por Saladino (1174-1193) quien además de eliminar de Egipto a la dinastía fatimí (de creencia shií), consiguió recuperar para el Islam, la ciudad santa de Jerusalén en 1187.

Saladino (1138, Tikrit (Iraq) - 4 de marzo de 1193, Damasco), fue uno de los grandes gobernantes del mundo islámico, siendo Sultán de Egipto, Siria, Palestina, así como de zonas de Arabia, Yemen, Libia y Mesopotamia. En el momento más alto de su poder, la dinastía ayubí, que él fundó, gobernaba sobre Egipto, Siria, Iraq, Hiyaz y Yemen. Es conocido por haber dirigido la resistencia musulmana contra las Cruzadas europeas, logrando recapturar Palestina del Reino de Jerusalén. Sigue siendo una figura muy admirada en la cultura árabe, kurda y musulmana.

Defensor del Islam y particularmente de la ortodoxia religiosa representada por el sunismo, unificó política y religiosamente el Oriente Próximo, combatiendo a los cristianos y acabando con doctrinas alejadas del culto oficial representado por el Califato Abbasí. Es particularmente conocido por haber vencido en la batalla de Hattin a los cruzados, devolviendo Jerusalén a los musulmanes. El impacto de este acontecimiento en Occidente provocó una nueva cruzada (la tercera) liderada por el famoso Ricardo I de Inglaterra, que se convirtió en mítica.

La guerra que acabaría con los cristianos de Ultramar fue provocada por Reinaldo de Châtillon, noble que ha llegado hasta nuestros días con la imagen de señor de tierras en la frontera, y famoso por practicar el bandidaje y el saqueo (había ya violado treguas anteriormente para atacar caravanas, capturado peregrinos en dirección a La Meca, tratado de profanar los lugares santos musulmanes y saqueado la cristiana Chipre) al atacar un gran caravana en la que se llegó a decir que viajaba la misma hermana de Saladino, cosa incierta. Sin embargo fue el único que puso en verdaderos aprietos a Saladino al atacarle en su propia tierra poniendo en peligro los Lugares Santos musulmanes, y por tanto, la figura del sultán como defensor de ellos. Como caudillo de ejército derrotó a Saladino en Montgisard, no sucumbió al sitio del Kerak y poarticipó en la batalla de Le Forbelet que también supuso una derrota para Saladino.

Ante las previsibles represalias del entonces principal líder de los musulmanes, el rey de Jerusalén Guido de Lusignan realizó levas reuniendo a todas las fuerzas del reino, con las que se dirigió contra Saladino. El enfrentamiento final se produjo en 1187, junto a unas colinas llamadas los cuernos de Hattin. Los ataques de la caballería ligera y los arqueros sarracenos hicieron que el ejército cruzado se retrasara en su idea de llegar al lago Tiberáides y hubo de acampar en la llanura de Maskana. Finalmente sedientos y sin fuerzas, fueron derrotados por Saladino.

La victoria fue total para Saladino: había destruido casi la totalidad de las fuerzas enemigas, había capturado a los principales caudillos (el rey Guido de Lusignan, Reinaldo de Châtillon, Balduino de Ibelin, los grandes maestres de la Orden del Temple y del Hospital, etc.), había capturado o eliminado a los caballeros de las órdenes religiosas y había arrebatado a los cristianos la Vera Cruz, su más preciada reliquia.

El conde Raimundo de Trípoli, que comandaba la vanguardia pudo escapar de la captura al abrir el cerco los musulmanes y sorpresivamente no importunarle en su carga. No volvió grupas para ayudar al resto del ejército cristiano. Joscelyn de Edesa, Balian de Ibelin y Reinaldo de Sidón, que comandaban la retaguardia, pudieron romper la defensa musulmana y escapar igualmente. Los prisioneros ilustres fueron bien tratados, de hecho se cuenta la anécdota de como Saladino ofreció una copa de nieve al rey de Jerusalén, sediento por la travesía en el desierto. La única excepción fue Reinaldo que fue ejecutado por el mismo Saladino, según se cuenta, cuando trató de coger la copa que había dado a Guido de Lusignan como muestra de hospitalidad. Los caballeros templarios y hospitalarios capturados sólo tuvieron dos opciones: convertirse o ser ejecutados, muriendo todos a la mañana siguiente.

Tras su victoria en Hattin, Saladino ocupó el norte del Reino de Jerusalén, conquistando Galilea y Samaria sin demasiada dificultad Posteriormente, se dirigió a la costa tomando uno tras otro los puertos con la única excepción de Tiro, plaza situada en una posición de fácil defensa, y comandada por el Marqués Conrado de Montferrato. Saladino dejó frente a Tiro a un ejército, y marchó hacia el sur, con el objetivo de conquistar Ascalón, plaza vital para la defensa de Egipto.

Saladino liberó al gran maestre del Temple, Gerard de Ridefort, a cambio de la fortaleza templaria de Gaza y al rey Guido de Lusignan a cambio de Ascalón, que, sin embargo, se negó a rendirse. A pesar de todo, fue tomada poco después por Saladino.

Finalmente puso sitio a Jerusalén. En aquel momento, Balián de Ibelín, miembro de una de las principales familias nobles, pidió a Saladino, poder ir de Tiro, donde estaba luchando, a Jerusalén, para sacar de ahí a su mujer e hijos a cambio de no colaborar en la defensa de esta ciudad. Sin embargo, fue reconocido, y se le pidió que comandara la resistencia de la ciudad por lo que mandó a Saladino un mensaje pidiéndole que le eximiera de cumplir su palabra de no luchar contra él, a lo que Saladino accedió.

Inicialmente se rechazó toda propuesta de capitulación, pues ningún cristiano quería ceder la ciudad, que consideraban, al igual que los musulmanes, santa. Saladino se decidió, pues, a tomar la ciudad por la fuerza. En octubre de 1187 la situación de los defensores era ya desesperada, y Balián trató de negociar la rendición. Saladino se negó pues había jurado tomar la ciudad por la fuerza al rechazarse sus ofrecimientos iniciales, no tenía razón para ceder en nada (se cuenta que mientras Balián explicaba sus condiciones de repente un estandarte sarraceno se izó en un baluarte, muestra de que las tropas de Saladino ya habían entrado). Sin embargo, cuando Balián amenazó con destruir completamente la ciudad antes que entregarla sin condiciones, Saladino consultó con sus emires y decidió acceder a las negociaciones que incluían perdonar la vida a todos los habitantes a cambio de la rendición, aunque sus emires exigieron que pagaran un impuesto por cabeza.

Una vez en posesión de la ciudad entregó los lugares sagrados cristianos a sacerdotes ortodoxos. Aunque convirtió las iglesias en mezquitas, Saladino tomó medidas para evitar que sus soldados exaltaran los ánimos cristianos. Balián y el patriarca Heraclio pagaron la compra de casi diez mil pobres y muchos que no pudieron pagar el impuesto para salir de Jerusalén aun tuvieron una relativa suerte: el hermano de Saladino, Saif ed-Din (Al-Adil), pagó por un buen número de ellos, como limosna a Alá por la victoria. No fue el único, siendo seguido por varios miembros de la corte. El mismo Saladino, en un acto de generosidad, perdonó a todos los ancianos de la ciudad.

Finalmente Saladino pudo entrar en la mezquita de Al-Aqsa, el tercer lugar sagrado para los musulmanes después de La Meca y Medina.

Las consecuencias de la caída de Jerusalén no se hizo de esperar: el papa Urbano III convocó una nueva cruzada, la tercera, a la que acudieron los principales reyes cristianos.


Dos expediciones marcharon, pues, contra Saladino. La primera de ellas, liderada por el emperador del Sacro Imperio, Federico I Barbarroja atravesó a pie los Balcanes y Anatolia, donde, para suerte de los musulmanes, murió ahogado al cruzar un río. Sin él, su ejército se disgregó, desapareciendo la mayor amenaza para Saladino.Por lo cual Saladino agradece a su dios haberle quitado a Federico del camino.

La otra, liderada por Felipe Augusto de Francia, Ricardo Corazón de León de Inglaterra y el duque Leopoldo de Austria, marchó por mar. Tras desembarcar en Marzo de 1191, pusieron sitio a San Juan de Acre, que Saladino trató de socorrer. Sin embargo no logró romper el sitio, recobrando los cristianos la ciudad. Afortunadamente para Saladino, los cruzados pronto discutirían entre sí. El rey de Francia abandonó la cruzada después de que el orgulloso Ricardo se quedara con el mejor palacio y no lo tratara como igual, y el duque de Austria tras ver ofendido su estandarte por Ricardo, que lo arrojó de un baluarte.

Saladino emprendió entonces una intensa actividad diplomática para liberar a los cautivos que habían hecho los cristianos. Sin embargo, cuando tras arduas negociaciones se había llegado a un acuerdo, Ricardo los hizo ejecutar, ya que Saladino dio largas continuamente no llegando nunca a pagar lo estipulado. Ya que en dicho acuerdo habían establecido que Saladino entregaría la Cruz verdadera a cambio de los 3000 musulmanes que Ricardo mantenía en una celda como rehenes. Pero Saladino no cumplió dicho acuerdo, fue por ello que viendo Ricardo que era un gasto innecesario tener a esos prisioneros y los manda ejecutar. El acto fue un golpe para el prestigio de Saladino, que no pudo salvar a los que habían resistido en la ciudad.

Ricardo se distinguió a lo largo de ese año en combate, venciendo en Arsuf a Saladino y recobrando algunas posiciones en la costa (como Jaffa). Hubo contactos, aunque probablemente se tratara de un engaño de Ricardo, para concertar la boda de Saif ed-Din, el hermano de Saladino, con la hermana de Ricardo, que recibirían Jerusalén con la obligación de proteger a los peregrinos de todos los credos, pero fracasaron cuando la hermana de Ricardo se negó a casarse con un musulmán.

Saladino y Ricardo enfermaron, recuperándose ambos. Por fin, cuando el rey de Inglaterra oyó noticias de la situación de su país, no tuvo más remedio que aceptar la paz y tres años de tregua, que, aunque no les devolvía Jerusalén, les aseguraba la costa entre Tiro y Jaffa.

Saladino murió en 1193 en Damasco y fue enterrado en un mausoleo en el exterior de la Mezquita Omeya de Damasco. El emperador alemán Guillermo II donó un sarcófago en mármol, en la que sin embargo no descansa su cuerpo. En su tumba se exhiben la original, de madera, en la que está el cuerpo y la de mármol vacía.

Le sucedió su hijo Al-Afdal en el trono de Siria, dando comienzo así la dinastía ayubí.

En Europa, los cruzados que regresaron a sus hogares trajeron consigo numerosas leyendas y anécdotas con Saladino como protagonista. Con ellas se difundió por el mundo cristiano la figura del Sultán Saladino.

De Saladino la tradición cristiana se quedó con su cortesía, sabiduría y caballerosidad, apareciendo en numerosos relatos como un gran señor que trataba con honor a sus cautivos. Cosa bastante inexacta pues ejecutaba sin piedad a los miembros de las órdenes militares, ya que les consideraba sus más acérrimos enemigos. En varias narraciones aparece como un ejemplo del perfecto caballero medieval. En la obra La Divina Comedia, Dante Alighieri ubicó a Saladino junto a personajes como Sócrates, Aristóteles, Homero y Ovidio, en el Limbo, un espacio destinado a personajes justos e ilustres, impedidos de entrar en el Paraíso sólo por no ser bautizados (Inferno, Canto IV, verso 129). Entre las obras que mencionan de esta manera a Saladino se puede nombrar en español El conde Lucanor en sus capítulos XXV y L. En la actualidad, no siempre siendo históricamente exactos hay numerosas obras (tanto de investigación como de ficción) en dondese le suele mostrar como un líder íntegro y fiel a su religión, además de uno de los más grandes estrategas de su tiempo, frente a unos gobernantes cristianos incapaces.En otras sin embargo, se le describe como un hábil diplomático, buen conocedor de las debilidades ajenas y no como un brillante estratega.


Pero también fue mostrado muchas veces como el "temible líder infiel" que había expulsado a "la verdadera religión" de los Santos Lugares. En otras fuentes, especialmente las eclesiásticas, se le muestra como "el diablo sarraceno", asociándosele con el demonio.

Como caudillo militar parece que está sobrevalorado pues perdió más batallas contra los cristianos que las que ganó. Sucumbió en Montgisard donde estuvo a punto de perecer; en le Forbelet también salió derrotado, así como en Arsuf y Jaffa contra Ricardo

Ambos mantuvieron viva la llamada al yihad, lo que fue bien acogido por la población, hasta el punto que Sivan lo califcó de “movimiento popular”.

En este momento nos situamos la edad de oro de los tratados jurídicos sobre el yihad, pero también existen otras obras que funcionaron como medios de propaganda religiosa y política:

Los fadáil al-yihad (glorias del yihad), especie de obras divulgativas sobre el combate, sus méritos y recompensas, más accesibles al público que los fiqh.

Otros fadáil, dedicados a destacar las bondades y virtudes de ciudades o regiones del mundo islámico. Por ejemplo, del siglo XI Fadáil al-Sham wa-Dimashq, (Glorias de Siria y Damasco) o Fadáil al-Quds wa-l-Sham (Glorias de Jerusalén y Siria). La mayoría escritas antes de la invasión de los francos, aunque su producción se dispara a partir del último tercio del XII manteniéndose hasta el XVI. Pero estos escritos quedaban encuadrados dentro del saber profano (adab) debido a su contenido misceláneo y estilo divulgativo.

Tanto Nur al-Din como Saladino, utilizaron además otros géneros literarios como fueron, la poesía; las cartas; las prédicas en las mezquitas; las arengas dirigidas a los soldados en el campo de batalla; a recuperación de las epopeyas populares, etc.

Entre estas epopeyas estaría la titulada Sírat Dat al-Himma (referidas a las primeras guerras árabo-bizantinas) y la llamada Sírat Ántar (centrada en las aventuras semifantásticas del caballero preislámico Ántar).

Con el mismo propósito (mantener la cohesión de la población y fomentar la práctica del yihad ) circulan los relatos novelados sobre la conquista musulmana de Siria del VIII, más conocidos como Futuh al-Sham.

El conjunto de estas obras prueba la existencia de un discurso profano, en paralelo al discurso religioso o de raíz religiosa, que bien podría ir de la mano con este último o por separado. El ejemplo lo encontramos en un caballero sirio del siglo XII, Usama ibn Múnqid, quien guerreó contra los cruzados y contra los invasores de sus tierras ya fueran musulmanes o bizantinos y que concluyó su vida al servicio de Saladino. La visión de este guerrero, es diferente, defiende la guerra contra todo aquel que le arrebata sus posesiones a las de aquel al que sirve, y no distingue entre procedencias o religiones. En resumen, un discurso que discierne del de los ulemas.


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